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La Alquimia. 

Renato Iraldi

Cobre de Calis, una onza; Oropimente, azufre nativo, una onza y plomo nativo, una onza; rejalgar descompuesto (sulfuro de ars�nico), una onza.Cu�zase en aceite de r�bano, con plomo, durante tres d�as. P�ngase en una cubeta y col�quese sobre las brazas, hasta que el azufre haya desaparecido, entonces ret�rese del fuego y se encontrar� el producto. De este cobre t�mese una parte y tres partes de oro. Fundase a fuego fuerte y se encontrar� convertido todo en oro, con la ayuda de Dios. 

Si Ud. sigue esta receta, obtendr� una aleaci�n de: 66% de oro y 33% de una mezcla de cobre, plomo y ars�nico; Esta aleaci�n parecer�a, muy cercanamente, al oro puro, en color y resistencia. Desde el momento mismo en que el hombre transform� una piedra en un utensilio, se estableci� en �l la actitud de expectaci�n ante la materia y la necesidad de comprenderla para poder transformarla en formas m�s �tiles a sus necesidades. As�, los primeros sabios naturalistas, que comenzaron la especulaci�n cient�fica, se centraron en la naturaleza de las cosas y en el estudio del elemento fundamental de la materia.  Para Tales de Mileto, todo estaba formado por el agua, para Her�clito el fuego; hasta desarrollarse la teor�a de los cuatro elementos. Arist�teles sistematiz� su teor�a de la materia, seg�n la cual hab�a un elemento persistente, �la materia�, y un elemento que se transforma, �la forma�. Sin embargo la transformaci�n, seg�n esta teor�a, no se puede hacer directamente, sino que debe pasar por un proceso de descomposici�n como sucede con los alimentos, que deben ser digeridos para transformarse en carne. Esta teor�a indicaba, as�, que pod�a darse cualquier forma a la materia; no es de extra�ar, pues, que surgieran personas empe�adas en la transmutaci�n de la materia y, siendo el oro el mineral m�s valioso, que los esfuerzos se dirigieran a la transmutaci�n de metales menos costosos en oro. El prop�sito ostensible del alquimista era el de transformar metales en oro.  En nuestro tiempo sabemos que la transmutaci�n de un elemento en otro requiere de cantidades de energ�a (nuclear) que no estaban a la disposici�n de nuestros alquimistas. La transmutaci�n, de un elemento en otro, s�lo se logra por medio de una reacci�n nuclear, y no puede lograrse por medio de reacciones qu�micas; sin embargo, antes de los trabajos de Lavoisier no hab�a ninguna raz�n te�rica que impidiera la transmutaci�n de un elemento en otro.

Al considerar la alquimia debemos volver atr�s en la historia y considerar las concepciones sobre la materia de un hombre inteligente que ve cambios en la naturaleza y que los asocia a los cambios que �l mismo experimenta.Para entender el lenguaje de la alquimia debemos comprender la ciencia de su tiempo; los intelectuales adoptaron las teor�as sobre la materia y los cambios qu�micos que hab�an sido sostenidas por los sabios del siglo IV y III a.C.,  especialmente por Arist�teles, y por los escritos de los m�dicos griegos.  Las principales doctrinas sobre la materia estaban centradas en la de: materia  forma y esp�ritu. Debe interpretarse la �materia� como la parte que no se transforma y como �forma� la parte que cambia de un material a otro y que le da sus propiedades; as�, por ejemplo: el hierro y el or�n eran considerados la misma �materia� en �forma� diferente. Arist�teles en un famoso pasaje de su Meteorol�gica explica: Hemos dado alguna informaci�n sobre los efectos de la secreci�n sobre la superficie de la tierra, debemos proponernos descubrir su acci�n bajo dicha superficie. As� como su doble naturaleza da lugar a efectos varios en la regi�n superior, aqu� es la causa de dos variedades de cuerpos, puesto que mantenemos que hay dos exhalaciones, una vaporosa; la otra fuliginosa; y que a ellas corresponden dos clases de cuerpos que se originan en la tierra, el f�sil y los metales. En lo que se refiere a la exhalaci�n seca, es aquella que mediante la combusti�n da lugar a todos los cuerpos f�siles como las clases de piedras que no pueden ser fundidas; rejalgar, ocre, limonita, azufre y otras similares. La mayor parte de los cuerpos f�siles son cenizas coloreadas o una piedra concretada a partir de ellas, como por ejemplo el cinabrio. La exhalaci�n vaporosa es causa de todos los metales; las cosas fusibles o d�ctiles, como el hierro, el cobre, el oro. Todas estas cosas son producidas por la exhalaci�n vaporosa cuando se encierra, especialmente, en recipientes de piedra. Habi�ndose congelado y comprimido en una cosa, como el roc�o o la escarcha, al separarse produce estas cosas por su sequedad. En consecuencia estas cosas son agua en un sentido y en otro no lo son. Porque la materia era potencialmente la del agua, pero ha dejado de serlo; no es tampoco la de ciertas aguas que han cambiado algunas de sus propiedades, como son los jugos. No obstante que el oro y el cobre est�n formados de esa manera, cada uno de ellos se form� mediante la exhalaci�n congelada antes de que se formase el agua. Por lo tanto todas son afectadas por el fuego y tienen algo de tierra, puesto que contienen exhalaci�n seca. Pero el oro solo no es afectado por el fuego. �sta es la teor�a general de todos esos cuerpos, pero debemos considerar a cada uno de ellos en particular...

Aunque en el per�odo m�s antiguo de la alquimia Arist�teles no era muy popular como las escuelas estoica y  herm�tica, estas se apoyaban, a�n mas que la Aristot�lica, en  la teor�a del aliento o esp�ritu, que era para ellos la ra�z y el principio activo de todas las cosas. Los estoicos conceb�an todos los cambios en el mundo como resultado de cambios en la materia; logrados mediante el esfuerzo del primer fuego, que puso en acci�n las potencias a manera de simientes de las cosas y fue causa de su desarrollo de acuerdo con el plan inherente a su naturaleza; el agente que efectuaba estos cambios era un aliento. Podemos decir que la alquimia ten�a su justificaci�n en tres ideas  aceptadas por la ciencia antigua: 1) La posibilidad, en teor�a, de transformar cualquier tipo de materia en cualquier otro tipo  2) la necesidad de la corrupci�n de la materia que ha de transformarse y del calor para la generaci�n de la nueva forma. 3) La existencia de un aliento o esp�ritu, con el poder de impulsar y dirigir la generaci�n, dando nuevas formas a la materia. Estas ideas son concordantes con la idea que se ten�a de las transformaciones que sufren los humanos al morir, corromperse el cuerpo y emerger de �l el alma inmortal y volver a comenzar un nuevo ciclo, en forma m�s pura o en una forma m�s primitiva. As�, para los antiguos las reacciones qu�micas se asemejan a la tragedia de la vida en los humanos, la muerte, el tr�nsito despu�s de la muerte y la resurrecci�n. Y no deber� extra�arnos que, en muchos escritos de los alquimistas, las reacciones qu�micas est�n narradas en un lenguaje muy parecido a la tragedia griega. Veamos este fragmento del tratado de Z�simo: Diciendo estas cosas me fui a dormir y vi un sacerdote del sacrificio de pie ante m� en la cumbre de un altar en forma de cuenco. Este altar ten�a quince escalones que conduc�an a �l. Entonces el sacerdote se levant� y o� una voz de arriba que me dec�a: �He logrado el descenso de los quince escalones de la oscuridad y el ascenso de los escalones de la luz y es �l quien sacrifica, el que renueva, desechando la vulgaridad del cuerpo; y habiendo sido consagrado como sacerdote por necesidad, me he convertido en esp�ritu.� Y habiendo o�do la voz de aquel que estaba en el altar con forma de cuenco le pregunt�, deseando saber quien era. Me contest� con una voz d�bil diciendo : �Soy I�n, el sacerdote del santuario y he sobrevivido a la violencia intolerable. Porque por la ma�ana vino de repente uno, que me descoyunt� con una espada separ�ndome con violencia seg�n el rigor de la armon�a. Y desollando mi cabeza con la espada que sujetaba bien, mezcl� mis huesos con mi carne y los quem� en el fuego del tratamiento, hasta que mediante la transformaci�n del cuerpo aprend� a convertirme en esp�ritu.---------------------------------- Y otra vez vi el mismo altar divino y sagrado en forma de cuenco y vi un sacerdote vestido de blanco celebrando esos misterios tenebrosos y dije: ��Qui�n es �ste?� Y, contestando, me dijo �Este es el sacerdote del Santuario. Quiere poner sangre dentro de los cuerpos, para aclarar los ojos y para levantar al muerto. Y as�, cayendo de nuevo, me dorm� por breve espacio de tiempo, sub� sobre el cuarto escal�n y vi, viniendo del este, a uno que ten�a una espada en la mano. Y otro  detr�s de �l llevando un objeto redondo banco y brillante y precioso a la contemplaci�n, cuyo nombre era el meridiano del sol y cuando me arrastraba hacia el lugar de los castigos, el que llevaba la espada me dijo: �Corta su cabeza y sacrifica su carne y sus m�sculos por partes, hasta el final, que su carne se cueza de acuerdo al m�todo y que soporte entonces el castigo.� Y as�, despertando otra vez dije: �Bien comprendo que estas cosas se refieren a los l�quidos del arte de los metales.� Y aquel que llevaba la espada dijo de nuevo: �Tu haz cumplido los siete escalones de abajo.�  Y el otro dijo, al mismo tiempo que todos los l�quidos arrojaban el plomo, �el trabajo est� completo.� 

 El proceso qu�mico que describe es probablemente la reacci�n de un metal con un reactivo y la subsiguiente restauraci�n a su condici�n met�lica. La alquimia presenta ya sus rasgos esenciales que perdurar�n durante toda la edad media: su secreto, su car�cter simb�lico, y la correspondencia entre lo que ocurre en el interior de las vasijas y lo que ocurre en el mundo a los seres superiores. Este tipo de lenguaje se utilizaba con el fin de exponer el significado de la operaci�n al instruido, y ocultar la pr�ctica al ignorante. Los cambios que se produc�an en el trabajo de los metales impresionaban a los que lo contemplaban. El metal se convert�a en una masa informe, negra; luego otro proceso lo tra�a nuevamente al estado met�lico, muchas veces en un estado de mayor excelencia. El proceso era de hecho un s�mbolo de lo que entonces se buscaba: misterio, muerte y resurrecci�n, como predicaban algunas religiones, entre ellas la cristiana. En esta vida se sucumbe al pecado y son los fuegos del purgatorio los que limpian el alma para que remonte, gloriosa, a las dulces praderas de la existencia paradis�aca. As�, el metal deb�a morir y descomponerse hasta la m�s negra corrupci�n para levantarse de su apestosa existencia: nuevo, glorioso e incorruptible, como el oro. Aunque la costumbre de tratar los metales para darle una mejor apariencia se practicaba, seguramente, desde antes de que hubiese una teor�a que la respaldara, los griegos no practicaron la alquimia, por lo menos con la connotaci�n de una ciencia esot�rica. Los mismos alquimistas suponen el origen de su arte en Egipto, hacia el a�o 300 de nuestra era, por lo tanto debemos considerar a Z�simo, que escribi� hacia el a�o 300, como uno de los primeros alquimistas de los que se tengan escritos.  As� describe en uno de sus libros las �artes� de la astrolog�a y del tratamiento de metales: Aqu� se establece el libro de la verdad Z�simo te saluda �oh Theosebeia! Todo el reino de Egipto, se�ora, depende de estas dos artes, la de las cosas estacionales y la de los minerales. En lo que se refiere a aquella que llaman arte divina, sea por su aspecto filos�fico o dogm�tico o por sus fen�menos en general, fue dada a los que eran maestros en ella para que la custodiaran, y no solo esta arte, sino tambi�n aquellas que son llamadas las cuatro artes liberales y los procedimientos t�cnicos, porque su capacidad creadora es propiedad de los reyes. As�, pues, si los reyes lo permiten, uno que haya recibido el conocimiento, como herencia de sus antepasados, podr�a interpretarlo, ya sea en la tradici�n oral o en las columnas con inscripciones. Pero el que conoce estas cosas por completo no practica el Arte �l mismo, pues ser�a castigado. De la misma manera, bajo los reyes egipcios, los trabajadores de las operaciones qu�micas y aquellos que conocen el procedimiento no trabajan por su cuenta, sino que serv�an a los reyes egipcios, trabajando para llenar las arcas de sus tesoros. Porque ten�an una especie de capataces que ejerc�an una estricta vigilancia no solo sobre las operaciones qu�micas, sino sobre las minas de oro. En consecuencia, si alg�n minero encontraba algo, era la ley entre los egipcios que deb�a entregarse para su ingreso en el registro p�blico. Algunos papiros de esa misma �poca dan recetas para la preparaci�n o falsificaci�n del oro, la plata, el asemos (significaba, para los griegos, un metal blanco parecido a la plata), piedras preciosas y colorantes. He aqu� una receta para aumentar el peso de oro; encontrada en el  papiro de Leyden. Para aumentar el peso del oro, fundase �ste con una cuarta parte de cadmia. As� resultar� m�s pesado y m�s duro. La cadmia era una mezcla de �xidos de metales comunes, cobre, zinc, ars�nico, etc., que se obten�a de las paredes de las chimeneas de las fundiciones de cobre. Este procedimiento transformaba los �xidos en metales que, al mezclarse con el oro, rebajar�an su pureza aumentando su peso. Tambi�n de este mismo papiro la receta para la purificaci�n de la superficie del oro: Para dar a los objetos de cobre la apariencia de oro, de tal manera que ni al tacto ni frot�ndolos en la piedra de toque se descubran; particularmente �til para hacer un anillo que parezca bueno. Este es el m�todo. Trit�rese  oro y plomo hasta convertirlo en un polvo tan fino como la harina: 2 partes de plomo por una de oro, m�zclese e incorp�reseles goma, c�brase el anillo con esta mezcla y cali�ntese. Esto se repite varias veces hasta que el objeto ha tomado el color dorado. Es dif�cil descubrir la falsedad porque, al frotamiento deja la se�al de un objeto de oro y, el calor consume el plomo y no el oro. 

Y he aqu� una receta para hacer Asemos: T�mese cobre que haya sido preparado para usarlo y sum�rjase en vinagre de tintorero y alumbre dej�ndolo en remojo durante tres d�as. F�ndase entonces una mina de cobre, algo de tierra de Chian, de sal de Capadocia y de alumbre en escamas hasta completar seis dracmas. F�ndase con cuidado y resultar� excelente. A��danse no m�s de 20 dracmas de plata buena y probada que har� la mezcla completa permanente. Esto da una aleaci�n compuesta de cobre y ars�nico con un 20% de plata y se presentar� como un metal blanco brillante.

 Aunque estas recetas podr�an usarse para fabricar metales con los que se puede estafar al p�blico, las recetas de este papiro no se consideran alquimistas puesto que no hay en ellas ninguna teor�a filos�fica de transmutaci�n ni hay indicios de revelaci�n de los dioses o tradiciones que remonten hasta los antiguos fil�sofos. Simplemente nos demuestra que en Egipto exist�a la tradici�n del trabajo de los metales, antes de la aparici�n de los alquimistas, y que esta tradici�n contribuy� sin duda a la aparici�n de la alquimia. 

Los primeros alquimistas aparecieron, seguramente, en el per�odo de decadencia de la ciencia griega, en Alejandr�a, quiz�s por los a�os 100 o 200 de nuestra era, aunque algunos autores sit�en los escritos de un alquimista que firmaba con el nombre Dem�crito en los a�os 250 a.C.   El hecho de que ning�n alquimista fue mencionado por sus contempor�neos nos indica el car�cter secreto que ten�an estos trabajos; en general firmaban sus trabajos con seud�nimos, algunas veces usaban nombre de dioses como Isis, Hermes etc. otras con nombre de reyes importantes como Cleopatra; nombres de antiguos fil�sofos como el caso ya mencionado de Dem�crito o incluso Mois�s. Sin embargo hay nombres que parecen ser reales como el caso de Komarios, Mar�a la Jud�a etc..  El autor ya citado mas arriba, Z�simo, es posterior a estos autores y escribi� una enciclopedia de la alquimia. La pr�ctica de escribir libros firm�ndolos con nombres ajenos, haci�ndolos aparecer mas viejos de lo que eran en realidad, se continu� durante la edad media, es as� que aparecieron escritos de alquimia de Raimundo Lulio, Santo Tom�s de Aquino, Roger Bacon y otros famosos fil�sofos; muchas veces el texto falso estaba escrito por un imitador que trataba de copiar su estilo y modo de pensar.  

El alquimista no buscaba el progreso de su arte como lo hac�an los sabios de su �poca, su trabajo consist�a en el redescubrimiento, a trav�s de nuevas interpretaciones, de los antiguos escritores, a los cuales se le atribu�an el conocimiento de secretos que a�n no eran del dominio p�blico. Todos los alquimistas hac�an su trabajo para obtener la fabricaci�n artificial de alg�n metal precioso, generalmente oro y plata, a veces, piedras preciosas o la famosa p�rpura de Tiro; esta sustancia, con la que se te��an los mantos reales o sacerdotales, se extrae de un caracol, no es un colorante mineral.  

En aquellos tiempos no se sab�a que existe un solo individuo qu�mico exactamente definido llamado oro, para los antiguos el oro era un metal brillante, pesado, amarillo, que no se esmirria, y muy resistente al fuego. Hab�a muchas clases de oros, as� como existen muchas clases de vinos o de quesos. Dos pruebas se hac�an para distinguir la calidad del oro; la primera consist�a en frotar el oro con una piedra negra, que llamaban piedra de toque, y la calidad del oro se juzgaba seg�n la extensi�n y el color de la raya que quedaba marcada, la otra era la del fuego; el oro resiste al fuego sin variar, esta prueba descarta las aleaciones con metales comunes. Adem�s, se contaba con el delicado sentido de los orfebres, la prueba mas confiable.  As� que para que un alquimista hiciese oro era necesario o suficiente que el metal se acercara al oro en color y brillo, que fuera resistente al fuego y que tuviera un alto peso especifico.  

Uno de los mayores �xitos obtenido por los alquimistas fue el doblado del oro seg�n la receta con que comienza este art�culo. Al fundir el oro con cobre le da un tono rojizo y al fundirlo con la plata un tono verdoso, al mezclarlo con una aleaci�n de ambos no le cambia el color, sin embargo, no hay que considerar que los alquimistas se consideraban falsificadores de oro, ellos cre�an que fabricaban oro realmente; que el oro actuaba como semilla y que se nutr�a para crecer del cobre y la plata. Algunas de las recetas de los alquimistas a�n se usan hoy en d�a para la fabricaci�n de oro de 18 o 14 kilates. Recordemos que el oro de 18 y 14 kilates son aleaciones de oro y cobre con una peque�a parte de zinc y de ars�nico, estas aleaciones dan un oro un poco m�s brillante que el oro puro. Tambi�n se hacen aleaciones de oro, cobre y plata que reproducen mejor el color del oro puro. Algunos oros, de menor calidad, contienen mucho cobre y algo de oro y plata, el cobre le dar�a el color y la adici�n de plata y oro evita la corrosi�n

. Otra pr�ctica de los alquimistas consist�a en tratamientos de superficie,  entonces como ahora, se empleaban tres m�todos principalmente para estos tratamientos. Se cubr�a el metal con una laca compuestas de gomas; como se trata hoy en d�a el lat�n. Se te��a el metal con soluciones que forman una delgada capa superficial de sulfuros. Y se hac�a un tratamiento con sustancias corrosivas, al oro rebajado, para que se eliminaran los otros metales en la superficie    Sin embargo los m�todos de obtenci�n del oro, empleado por los alquimistas, se distingue, de los viejos m�todos empleados por los orfebres, por someter a la materia prima a una serie de procesos muy complejos en los que se inclu�an sustancias vol�tiles, �esp�ritus�, realizados mediante destilaciones, y se somet�an los metales a la acci�n de vapores, todo esto ligado a un rito de caracter�sticas que se pueden confundir con la magia. Es sobretodo en esta b�squeda esot�rica que van a desarrollar una diversidad de equipos que inspirar�n la fabricaci�n de la mayor�a de los aparatos con que los qu�micos del siglo IXX hicieron sus m�s grandes descubrimientos. He de describiros el tr�bikos porque as� se llama el aparato hecho de cobre y descrito por Mar�a, la transmisora del Arte. Dice lo que sigue: H�ganse tres tubos de cobre d�ctil un poco m�s gruesos que los de una sart�n de cobre de pastelero; su longitud ha de ser aproximadamente de un codo y medio. H�ganse tres tubos as� y tambi�n un tubo ancho del ancho de una mano y con abertura proporcionada a la de la cabeza del alambique. Los tres tubos han de tener sus aberturas adaptadas en forma de u�a al cuello de un recipiente ligero, para que tengan el tubo pulgar, y los dos tubos de dos unidos lateralmente en cada mano, hacia el fondo de la cabeza del alambique hay tres orificios ajustados a los tubos, y cuando se hayan encajados estos se sueldan en su lugar recibiendo el vapor el superior de una manera diferente. Entonces, colocando la cabeza del alambique sobre la olla de barro que contiene el azufre y tapando las juntas con pasta de harina, col�quense frascos de cristal al final de los tubos anchos y fuertes para que no se rompan con el calor que viene del agua del medio. 

El primer hallazgo que sigui� al descubrimiento de la destilaci�n fue  la simple condensaci�n del agua de mar en la tapa de la cazuela, proceso ya descrito por los antiguos sabios griegos; el siguiente paso podemos suponer que fue la condensaci�n del mercurio  con un frasco como tapadera, frasco que m�s adelante se le hicieron unos dobleces en los bordes de la tapadera para recoger el condensado, y, luego, la adici�n de un tubo que transporte el condensado. Los alquimistas reportan que destilaban azufre con estos alambiques, sin embargo es dif�cil imaginar que con estos alambiques se pudiera destilar el azufre que conocemos hoy en d�a, sabemos que adem�s agregaban huevos durante la condensaci�n. Seguramente pensaban que pod�an extraer el �aliento vital� y el color dorado de la yema de los huevos. El l�quido destilado se recolectaba en tres fracciones; la primera era un destilado claro que llamaban agua de lluvia, despu�s un liquido dorado p�lido llamado aceite de r�bano y luego un l�quido oscuro verde amarillo llamado aceite de ricino. Si realmente destilamos huevos obtendremos primero un liquido trasparente d�bilmente alcalino, luego un destilado amarillo dorado, algo aceitoso que contiene sulfuro de amonio, amon�aco y bases pirid�nicas y por �ltimo un liquido espeso amarillento muy oscuro que contiene bases pirid�nicas y productos breosos, lo que corresponde muy de cerca de las descripciones de los alquimistas.  Estos l�quidos pod�an atacar y colorear algunos metales. Pero no s�lo huevos destilaban los alquimistas; llegaron a destilar todo tipo de productos animales y vegetales, siempre con el objetivo de encontrar l�quidos que pudieran conferirle propiedades nuevas a los metales. Los alquimistas mencionan unos ochenta aparatos diferentes. Hornos, l�mparas, ba�os de esti�rcol, crisoles etc.  

La importancia del trabajo del alquimista, al lograr los maravillosos fen�menos de los cambios qu�micos asimil�ndolos a los sucesos de la naturaleza, as� como la importancia asignada a estas aguas obtenidas por destilaci�n, se encuentra en uno de los primeros escritos que la alquimia nos ha dejado, en un pasaje de El di�logo de Cleopatra y los Fil�sofos leemos: Entonces Cleopatra dijo a los fil�sofos:  �Mirad la naturaleza de las plantas, de donde vienen. Porque algunas descienden de las monta�as y crecen fuera de la tierra y otras crecen de los valles y otras vienen de los llanos. Pero mirad como se desarrollan, porque es en ciertas �pocas y d�as cuando deb�is recogerlas; y las tom�is de las islas del mar y del lugar m�s encumbrado. Y mirad el aire que las atiende y el c�rculo nutritivo que las rodea, que no perecen ni mueren. Mirad el agua divina que les da de beber y el aire que las gobierna despu�s de que les ha sido dado un cuerpo en un simple ser.� Ostanes y los que estaban con �l respondieron a Cleopatra: �En ti se oculta un secreto terrible y extra�o. Al�mbranos arrojando tu luz sobre los elementos. Dinos c�mo lo mas alto desciende a lo m�s bajo y lo mas bajo se eleva hasta lo mas alto y c�mo aquello que est� en el medio se aproxima a lo mas alto y est� unido a ello y cu�l es el elemento que cumple estas cosas. Y dinos c�mo las aguas benditas visitan los cad�veres que yacen en los infiernos encadenados y afligidos en la oscuridad y c�mo la medicina de la Vida los alcanza y los levanta como despertados del sue�o por sus poseedores; y c�mo las nuevas aguas, producidas en el f�retro, surgen despu�s de que la luz las penetra al principio de su postraci�n y c�mo la nube que soporta las aguas surge del mar.� Y los fil�sofos, considerando lo que les hab�a sido revelado, se regocijaron. Cleopatra les dijo: �Las aguas, cuando vienen, despiertan los cuerpos y los esp�ritus d�biles y prisioneros que sufren de nuevo la opresi�n y est�n encerrados en los infiernos, y sin embargo en un instante crecen y se levantan y se visten de diversos colores gloriosos como las flores en primavera y la misma primavera se regocija y se alegra con la belleza que lucen. Porque yo os digo esto a vosotros que sois sabios: cuando quit�is las plantas, elementos y piedras de sus sitios, os parecen maduras. Pero no est�n maduras hasta que el fuego las ha probado. Cuando est�n vestidas en la gloria del fuego y su color brillante, entonces os aparecer� mejor su oculta gloria, su b�squeda de la belleza, transformada al divino estado de la fusi�n. Porque se nutren en el fuego y el embri�n crece poco a poco nutrido en el claustro materno y cuando se aproxima el mes se�alado no se refrena su nacimiento. As� es el procedimiento de este valioso arte. En el infierno los hieren las olas una tras otra en la tumba en que yacen. Cuando la tumba se abre surgen de los infiernos como el ni�o del vientre.�  

Los alquimistas, desde los primeros tiempos, acostumbraban a asociar s�mbolos a los metales y conectaban los metales con los planetas, as� muchos metales ten�an por s�mbolo el mismo del planeta asociado. Al oro se le asoci� el s�mbolo que representaba al sol; a la plata se le asignaba el s�mbolo de la luna creciente; al mercurio el de la luna menguante; al cobre el s�mbolo de Venus; al plomo el de Saturno; al hierro el de Marte.  En los textos antiguos al esta�o se le dio el s�mbolo de Hermes y al electrum el de Zeus; mas tarde el electrum (aleaci�n de oro y plata) dej� de considerarse un metal separado y se le dio su s�mbolo al esta�o; el s�mbolo de Hermes se le dio al mercurio. Estas asociaciones encierran la idea de que los movimientos de estos planetas estaban conectados causalmente con las actividades terrestres del metal.  

La alquimia griega contiene los rasgos principales de la alquimia que se desarrolla durante toda la edad media y al principio del renacimiento, sin embargo, carece de la noci�n de la piedra filosofal. El alquimista medieval buscaba una sustancia de enorme potencia, capaz de curar todas las enfermedades, y que ten�a la propiedad de que una peque�a cantidad de ella podr�a transformar una gran cantidad de metal com�n en oro. Esta idea no se encuentra en los alquimistas griegos cuyo �nico fin, parec�a ser, �nicamente, el de producir oro artificialmente.  

El origen de la piedra filosofal debemos buscarlo en la alquimia de los pueblos orientales, la idea de una droga, que act�e como un elixir de inmortalidad, aparece en la literatura india antes del a�o 1000 a.C..  En cambio la primera evidencia de alquimia en China se remonta al siglo IV a.C..  Y se conoce de una ley que proh�be la falsificaci�n del oro por medios alquimistas, promulgada en el 175 a.C.  Tambi�n se conoce que en el a�o 60 a.C. el emperador design� a un sabio para que preparase oro alquimista y prolongase as� la vida del imperio. Parece que fracas�. Se conocen una gran cantidad de leyendas chinas ligadas a la fabricaci�n de un elixir que prolonga la vida y la ennoblece.  Est� claro que la alquimia florece en China en los �ltimos siglos anteriores a nuestra era, siendo claro que su inter�s principal es el de la prolongaci�n de la vida.  Es muy  probable que los alquimistas �rabes recibiesen informaci�n acerca de ella y a trav�s de ellos llegase a Europa. Los versos que siguen nos dan una idea sobre las motivaciones de los alquimistas chinos:

 Si hasta la hierba chu-sheng puede hacernos vivir mas 

�Por qu� no poner el Elixir en la boca?

el oro no se enmohece ni corroe por naturaleza; 

Luego es la m�s preciada de las cosas.

Cuando el artista lo incluye en su dieta

La duraci�n de su vida llega a ser eterna...

Cuando el polvo de oro penetra en las cinco entra�as 

Se disipa la niebla, como las nubes dispersadas por el viento.

Penetran en los cuatro limbos fragantes exhalaciones;

El semblante resplandece con bienestar y alegr�a 

Los cabellos blancos se vuelven todos negros

Los dientes ca�dos crecen en su antiguo sitio 

El viejo caduco vuelve a ser robusto joven 

La arrugada vieja es de nuevo una muchachita

Aquel cuya forma ha cambiado y ha escapado a los peligros de la vida,

lleva por t�tulo el nombre de Hombre Verdadero

Los alquimistas chinos eran seguidores de Lao Ts�, cuya filosof�a se asoci� a toda forma de magia y encantamiento, seg�n esta filosof�a, si nuestro cuerpo alcanza una perfecta armon�a con el Tao (camino, ruta) a trav�s del Wu Wei (la no-acci�n o la acci�n en armon�a con la naturaleza), que lleva todas las cosas al ser y las disuelve en el no-ser, adquirir�a los atributos del Tao y alcanzar�a la inmortalidad. El tao�smo ense�aba as�, a sus seguidores, a llevar una vida larga y tranquila eliminando los deseos y los impulsos agresivos. El tao�smo como religi�n comenz� en el III siglo a.C. iniciando las pr�cticas alquimistas, ofreciendo, a los que no pose�an los dones para alcanzar la armon�a con el tao a trav�s de un proceso m�stico, pero que pose�an un ardiente deseo de alcanzar la inmortalidad, esa posibilidad a trav�s de drogas. En la teor�a  china sobre la materia se proponen dos principios; Yang, el elemento activo o masculino y el Ying, el elemento pasivo o femenino. Las sustancias ricas en Yang proporcionan la vida y causan longevidad.  Entre las sustancias m�s ricas en Yang se contaba al cinabrio (Sulfuro de mercurio) y en segundo lugar al oro. El cinabrio, que tiene un color rojo que se puede asociar a la sangre y, adem�s, de �l se extrae el mercurio (mercurio vivo) que, por ser l�quido a temperatura ambiente, siempre ejerci� una gran admiraci�n y se gan� una fama bien justificada.  Cuando se descubri� que el cinabrio no confer�a la inmortalidad la virtud fue transferida a una droga o elixir divino y esot�rico, o al oro alqu�micamente producido.  Los chinos como casi todas las civilizaciones pre-cient�ficas cre�an que los minerales maduraban en las rocas volvi�ndose gradualmente m�s preciosos; se supon�a que el cinabrio se transformaba en plomo, el plomo en plata, la plata en oro; y no parec�a irrazonable que este proceso se pudiera acelerar en un laboratorio. 

Los m�todos empleados no difer�an de los m�todos occidentales; los chinos conocieron, sin duda, la sublimaci�n y la destilaci�n, como se desprende de Ts�an T�ung Ch�i escrito por Wei Po-yang hacia el a�o 120 de nuestra era: Arriba tiene lugar el cocimiento y destilaci�n en el caldero; debajo arde la rugiente llama. Delante va el Tigre Blanco indicando el camino; sigui�ndole viene el Drag�n Gris. El aturdido p�jaro escarlata vuela con sus cinco colores. Encuentra una trampa en el nido y all� queda aprehendido, inm�vil y sin ayuda, y clama pat�ticamente como un ni�o por su madre. Se le pone quiera o no quiera en el caldero de l�quido caliente con detrimento de sus plumas. Antes de que haya pasado la mitad del tiempo, aparecen dragones en gran n�mero y con rapidez. Los cinco colores deslumbrantes cambian incesantemente. El l�quido hierve de manera turbulenta en el horno. Aparecen uno tras otro para hacer una formaci�n tan irregular como una dentadura de perro. Las estalagmitas que son como los car�mbanos en pleno invierno, son esculpidas horizontal y verticalmente. Hacen su aparici�n alturas rocosas de regularidad no aparente, soport�ndose unas a otras. Cuando yin y yang est�n encajados con propiedad, prevalece la tranquilidad.  

Tal parece que los or�genes de la alquimia en China y en el occidente surgieron independientemente, pero en la alquimia que se practicaba en la Europa medieval, seguramente, las dos influyeron a trav�s de la que practicaron los alquimistas isl�micos, que tuvieron contacto con los alquimistas chinos y fueron los que introdujeron la alquimia en Europa, a la salida de la �poca oscura.